CON ACEITES ESENCIALES
- Machucabotones
- 20 sept 2018
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 22 sept 2018

Aquel jueves, Pablo llegó a las 6:20 a.m. Las pistas estaban mojadas y los fierros para enganchar las ruedas de las bicicletas mohosos. Puso el candado a su cadena y dejó su bicicleta en plena llovizna. Tocó el intercomunicador y sin que nadie le responda, escuchó el timbre de la puerta eléctrica. Empujó la puerta y subió rápidamente las escaleras de fierro, mojándose la mano en la baranda.
En la recepción encontró a Paola. Ella estaba descalza, y con una sonrisa caminaba bordeando el counter.
—Hola, ehh... vengo a mi clase de prueba. Les escribí por Facebook…- le dijo Pablo en tono dubitativo.
—¡Sí claro! Solo anota aquí tu nombre y tu correo electrónico. Paola le alcanzó una tabla y lapicero. Pablo anotó sus datos, mientras ella parecía buscar algo en la pantalla de la computadora.
“Me abrió la puerta sin ver quien era. Si yo fuera un ladrón, podría atracarla en una” pensaba Pablo mientras se quitaba frente a ella, la casaca de capucha, sus medias y sus enormes zapatillas. Colgó la casaca en el perchero y metió las zapatillas con el rollito de sus medias, dentro de la zapatera de madera frente a él.
Paola, era la instructora de Hot Yoga, y retando al clima allá afuera, llevaba puesto solo un top gris de tiras cruzadas en la espalda, y unos shorts cortitos de texturas atigradas.
—Todavía no llegan las chicas de recepción, pero ya puedes ir pasando. Paola cruzó de nuevo frente a él, abrió la puerta de madera y desapareció.
Pablo sacó de su maletín una toalla y su tomatodo, dejando el otro par de pantalones y un polo de algodón para cambiarse al final de la clase. Y es que, temía que el cambio de temperatura en su cuerpo, pueda generarle un shock de calor tal, que termine en un derrame cerebral. Así le ocurrió a su mamá cuando él estaba en 4to de secundaria. Ella salía de su dormitorio apenas duchada y cuando caminaba hacia la cocina para prepararle su desayuno, sintió una fuerte corriente de aire frío, que elevó su presión arterial a 18, y le generó un fulminante accidente cerebrovascular. Quedó hemipléjica.
Pablo llevaba puesta una malla negra hasta sus tobillos y un bividí naranja dry fit que le quedaba bastante holgado. Tomó aire y entró al salón descalzo.
—Coge un par de bloques y pégate hacia una de las paredes. La voz aguardentosa de Paola se escuchaba al fondo del salón.
Todo el lado izquierdo estaba lleno de espejos, con dicroicos de luz amarilla a cada metro. En una las paredes colgaban lucecitas de navidad en forma de carpas. Parecía un ambiente claroscuro con filtro naranja sacado de Instagram.
El bochorno era fuerte, pero era manejable para él. A pesar de que Pablo llevaba practicando yoga hace solo 6 meses, ésta era su primera vez en un lugar a 40 grados de temperatura.
Había 7 personas tumbadas en el suelo, parecían inertes, como si el apocalipsis hubiera sido ayer y Pablo hubiera sido el único sobreviviente.
Paola saludaba a todos por sus nombres. Estaba Lucas con un aire a Ben Affleck, de pelo en pecho, tumbado boca arriba, llevaba solo unos shorts celestes y el cabello largo sujeto con un colette. Danna, una universitaria, con un ventarrón a Salma Hayek pero sin nada de tetas, tumbada sobre su mat con los muslos abiertos y pies juntos. Karen, una contundente chica de malla gris y top fucsia, tumbada boca abajo, dejando ver la pretina ancha de su calzón Calvin Klein. Había otras 4 mujeres más. No alcanzó a escuchar sus nombres, pero todas de contexturas variadas y ombligos al aire. Decidió entonces quitarse el bividí, pues el torso desnudo parecía ser el “dress code” de esa clase.
Extendió su mat y buscó con la mirada los bloques, escogió dos de goma y los llevó a su sitio. Se echó boca arriba y cerró los ojos.
—¿Cómo te llamas?
Paola le estaba hablando a escasos 20 cm de su rostro. Sintió un olor a hierbaluisa que emanaba de su piel.
Pablo abrió los ojos y se topó con el escote de Paola lleno de pecas, y unos labios hinchados seguramente por alguna operación antigua con colágeno.
—Pablo.
—¿Has practicado yoga antes Pablo?
—Sí, hago crossfit 5 días a la semana y al menos 2 días practico yoga por las noches.
—¿Haces algo de cardio?
—Sí, bueno también corro regularmente.
Pablo tuvo que mentir, pues luego de su lesión en los meniscos, había dejado de correr fondos. Sin embargo, se sabía lo suficientemente fuerte para resistir cualquier postura que rete su flexibilidad.
—Coge unos bloques de madera. Estos que tienes aquí, no te sirven, no son ni siquiera iguales.
Paola sutilmente le hizo notar su poco conocimiento de los accesorios yoguis. Pablo se levantó del mat y caminó hacia el fondo del salón para cambiarlos, mientras sentía de reojo la mirada de todos.
La música del playlist “Meditação e relaxamento” empezó a sonar. Iniciaron la práctica todos sentados con las piernas cruzadas y luego de varias respiraciones profundas, cantaron tres veces el mantra del Ohm.
Hicieron cuatro saludos al sol. En postura de “perro mirando abajo”, levantaron las piernas una por una, acercándolas a sus mentones, deslizando sus rodillas por detrás del codo, y sosteniendo la postura por dos respiraciones. Luego vinieron los “chaturangas” o planchas de triceps en low motion. Para ese instante ya las gotas de sudor brotaban del torso de Pablo salpicando sobre su mat, como ducha mal cerrada.
Pablo levantó la mirada y veía como los tendones de las corvas de Paola se marcaban frente a sus ojos, dejando ver sus nalgas firmes que se acercaban a su rostro. Se escuchaba también una mezcla de inhalaciones y exhalaciones profundas de los alumnos extasiados por el calor de las estufas.
—Pongan uno de los bloques en su entrepierna. Dijo nuevamente Paola.
La postura a realizar era un estiramiento de “vaca” y de “gato”, apoyados de pies y manos, pero sin que las rodillas toquen el suelo. La privilegiada vista que tenía Pablo del interior de los muslos de Paola, era cada vez más quirúrgica. Primero quebrando su cintura y luego encorvando su espalda.
—Ahora quiero que cojan una silla y la peguen a la pared.
Paola iba a explicarles cómo levantarse de espaldas a la silla plegable de metal, y estirar su tronco hasta terminar en una “araña” con las piernas estiradas.
Tomó a Pablo de modelo, puso su cabeza en el asiento de la silla, y con sus manos tibias, cogió los brazos de Pablo hasta colocarlos con los codos cerrados apuntando al cielo.
Ella abrió las piernas y se puso sobre él, el olor a hierbaluisa del cuerpo firme de Paola, se confundía con el propio hedor de sus axilas. Paola levantó la cintura de Pablo apenas rozando sus pelvis. Una gota de sudor del cuello de Paola, cayó en el pecho lampiño de Pablo, él empezó a sentir una abultada erección, bajó las caderas y se sentó en la silla avergonzado.
—¿Te sientes bien? ¿Quieres un poco de alcohol? —le dijo Paola.
—Todo bien, solo necesito respirar un poco.
Pablo pensó que la estrategia del desmayo podría ocultar su arrechura. Cogió su toalla y caminó jorobado hacia los baños cruzando todo el salón.
Aprovechó la frescura de las locetas del piso para atemperar su cuerpo. Apoyado en los lavatorios, limpió con sus manos el vaho del espejo y respiró profundamente. Cerró los ojos tratando de recordar algo que hiciera volver la flacidez a su miembro.
—Ten un poco de alcohol- le dijo una voz que acababa de entrar al baño. Era Lucas quien le entregó una botellita de alcohol medicinal y una bolsa de copos de algodón.
—No respires muy rápido, hazlo lentamente, eso ayudará a calmarte.
—Gracias - Pablo de espaldas a Lucas, le hablaba mirando su reflejo en el espejo, tratando de ocultar la dureza de su pito.
— Siempre hay alguien que se descompensa, Paola es fuertaza.
—Sí, sí… es cierto.
—Tienes que tomarlo con calma, yo llevo un año viniendo, y hasta ahora no puedo practicar todos los días de corrido.
Lucas sacó de su bolsillo otra botella, ésta era pequeñita y marrón, la destapó y se la entregó.
—Toma, échate unas gotas y huélelas. Es un aceite esencial de hierbaluisa, sirve para calmar el ritmo cardiaco.
Pablo al sentir el olor, giró rápidamente, cogió la botella destapada, cerró sus ojos y la pegó hacia su nariz.
Mientras Pablo seguía buceando en el océano de aromas que provenían del pequeño frasco, Lucas descubrió su evidente erección a través de la malla negra. Echó seguro a la puerta y con ambas manos cogió su rostro, lo miró con ternura, sus pupilas se dilataron. Pablo levantó la mirada, soltó el frasco al suelo y le estampó un beso que empezó jugando en la punta de su nariz, y terminó escabulléndose en lo profundo de su boca.
Sin despegarse de los labios, los dedos arrugados de Lucas, masajearon el torso de Pablo hasta llegar a su miembro erecto y masturbarlo rápidamente con la mano.
—¿Te gusta? ¿Sí?
Pablo asentaba la cabeza con los ojos cerrados.
—¿Quieres que te la chupe?
Pablo solo pestañeó fuertemente.
Lucas bajó a la pelvis de Pablo y empezó a darle una mamada maravillosa, que le recordó la vez que lo hizo, con el vendedor de Fuxion, en el estacionamiento de su trabajo.
Pablo había bajado a su auto, para comer la lata de atún que su entrenador le había puesto a media mañana en su dieta; cuando sintió la mirada oriental de Augusto, quien lo veía sonriente desde su auto estacionado al lado de él. Pablo no tuvo más remedio que sonreír y evitar esparcir su aliento a la redonda. Augusto bajó de su auto y le tocó la ventana para obsequiarle un sachet de proteína Fuxión “para que ni tu entrenador ni tu novia se quejen de tu mal aliento”. Le preguntó si tenía una botella de agua cerca y le enseñaría cómo usarlo. Pablo lo hizo pasar por el lado del copiloto y le entregó su tomatodo lleno de agua hasta la mitad. Augusto abrió el sobre, vació el polvo de chocolate dentro y batió, batió, batió, batió repetidamente su tomatodo hasta disolver el polvo, y provocarle a Pablo una excitación tal, que mientras él tomó la proteína, Augusto bajó a chuparle la pija que le supo a lomitos de atún en aceite de girasol.
Se escuchaban ligeras arcadas lubricadas con saliva. Pablo apoyado con el brazo estirado frente a la pared, golpeaba su pelvis contra la boca de Lucas, a quien sostenía de su cola de cabellos mojados.
El olor a hierbaluisa se hacía cada vez más fuerte, pues se había formado un pequeño charco de aceite en el suelo.
Pablo jaló de los pelos a Lucas y lo levantó frente a su rostro. Le mordió los labios, lo volteó de espaldas a él y le dijo al oído:
—Te la voy a meter hasta que ahora tú, te quedes sin aire...
Pablo bajó los shorts celestes de Lucas, miró el charco de aceite y recogió el frasco, lo apoyó en el lavatorio. Con sus dedos embarrados de aceite, embadurnó su glande, y penetró lentamente a Lucas, sin dejarlo hablar.
—Sshh... sshhh...
“Qué sorpresa se daría el ladrón que entrara a atracar este lugar” pensaba Pablo mientras cogía las nalgas frías de Lucas. Sus gemidos amplificados por el eco del baño no eran capaces de atravesar las lunas del lugar.
“Shavasana” decía Paola en su clase, indicando a sus 5 alumnos que descansen tumbados sobre sus mats por 3 minutos, mientras Lucas caía rendido boca abajo sobre la banca de madera del vestidor, luego de 12 minutos de cardio extremo. Los amantes se bañaron con agua tibia.
El olor a hierbaluisa invadió la recepción. Lucas salió del baño, estaba cambiado con su ropa de trabajo, llevando un portaterno en la mano, miró a Pablo le sonrió y se despidió levantando la mano.
—¿Qué tal? ¿Te gustó? ¿Cómo te sentiste? -Le preguntó la recepcionista a Pablo en el counter.
—Ehh… bien... bien… Me mareé un poco a la mitad de la clase, pero fui al baño a refrescarme y me calmé.
—Claro, el cuerpo es sabio y sabe cuándo tiene que parar. Tranki, tómalo con calma, ya le vas a encontrar el gusto.
A través de la ventana que daba a la calle, vio cómo los labios de Lucas y Paola se juntaron para saludarse y tomados de la mano se fueron juntos hasta desaparecer de su vista.
—Toma, cóbrate por favor, quiero comprar el plan anual.
Pablo le entregó su tarjeta de crédito a la recepcionista.
—Estoy seguro que me acostumbraré al calor —continuó.
Pablo salió abrigado del studio. Las pistas seguían mojadas. Se montó en su bicicleta y se fue por el malecón hasta llegar al puente Villena.
Sintió frío en su rostro. ■

Carmen Muñoz es productora.
Y la escritura recorre sus venas.
Este relato lo escribió en el taller "Aprende a escribir un Relato Erótico" 🔥
Si quieres leer más de Carmen, visita su blog carmincha27.blogspot.com
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