Recuerdo de mi mamá
- Machucabotones
- 6 ene 2018
- 4 Min. de lectura

Era de madrugada. Yo estaba dormida. Fue en esa época, cuando vivíamos en Tumbes, que mi sueño empezó a ser muy ligero. Sentí unos ruidos en la sala y me desperté. Salí despacito del dormitorio sin hacer notar mi presencia. Eran ruidos extraños, no los que suenan cuando alguien se levanta para ir al baño o a la cocina. Además, mi corazón me decía que algo estaba mal. En casa solo estábamos mamá y yo. Mi papá estaba de servicio esa noche y no iría a dormir. Salí del cuarto y empecé a caminar por la casa oscura, agarrando las paredes y asomándome antes de pasar de un ambiente al otro. Conforme más me acercaba a la sala se hacía más real el llanto de mi mamá. También a eso estaba acostumbrada. Muchas noches pasaba oyéndola llorar en su cuarto, en la sala, en la cocina. Yo no me acercaba a ella porque no sabía bien qué hacer o qué decirle, solo era una niña.
Llegué a la sala y logré ver, con la poca luz que daba el poste en la calle, a mi mamá a los pies del sofá. La mitad de su cuerpo colgaba del mismo, ella lloraba y estaba ida. Me acerqué corriendo. “Mamita, ¿qué te pasa?”. Ella no contestó, me miraba, pero era como si no me reconociera. Seguía llorando, estaba pálida y fría como cuando se le baja la presión a una persona. Entendí lo que pasaba al ver en el piso un frasco con pastillas. Nunca supe cuántas tomó, pero me di cuenta de lo que había intentado hacer o al menos lo que yo creía que había intentado. Dentro de toda esa escena yo intentaba mantener la calma, aunque todo el cuerpo me temblaba. Recuerdo que le dije: "Mamita, ¿qué hago? ¿Qué necesitas? ¿Quieres que traiga a mi abuela?” Fue lo único que dijo esa noche: “Sí”.
Me paré frente a la puerta de la casa y la miré temerosa. Jamás había salido sola a la calle y menos de madrugada, serían las tres. Abrí la pesada puerta y miré a mamá a mi derecha. No podía acobardarme, ella me necesitaba. Pensé: “Solo tienes que correr sin parar hasta llegar a la casa de la abuela”. Me quedé unos segundos más en la puerta mirándola y le dije "Voy a traer a la abuela rapidito, mami". Por dentro esperaba que ella entrara en razón y me dijera “No hijita, estoy bien, no tienes que ir”. Pero eso no pasó.
Salí por la puerta y empecé a correr sin pensar. Tenía miedo, era de noche y estaba sola en pijama en la calle. Mi respiración era muy rápida, mi corazón saltaba del pecho. Tenía que pasar por debajo del puente donde empieza la frontera con Ecuador, siempre me habían dicho que no cruce por arriba ya que los carros grandes que transportaban mercancías pasaban muy rápido, y a veces sin luces. Cuando llegué a la parte de abajo del puente había tres hombres tomando cervezas. Nunca íbamos por ahí solas, porque era muy solitaria y oscura esa zona. Mis pies pequeñitos se detuvieron, estaba muy asustada. Los tres hombres se dieron cuenta de mi presencia, uno se iba a acercar y entonces yo volví a correr abriendo mi ruta, para evitar pasar más cerca a ellos. No paré de correr, ni miré atrás.
Por fin llegue a casa de mi abuela, fueron las tres cuadras mas largas de toda mi vida. Solo en ese momento me di cuenta realmente de lo asustada y nerviosa que me encontraba. La casa tenía una reja blanca pequeñita, de un metro diez aproximadamente. El seguro de la reja era muy difícil de abrir, por eso siempre estaba abierta y por las noches la cerraban. Intenté con todas mis fuerzas pero no pude, y en ese momento me descontrolé. Quería que acabara ya esa pesadilla. Empecé a gritar zamaqueando la reja, gritaba con todas mis fuerzas. En mi desesperación trepé la reja, su diseño me ayudaba a poner los pies e ir subiendo como escalera. Logré pasar al otro lado y entonces lloré y grité, golpeando la dura puerta de madera de la casa de mi abuela.
Finalmente esa puerta se abrió y una parte de mi pesadilla acabó... Ya no estaba sola en la calle, yo solo le repetía a mi abuela que vaya a ver a mi mamá a casa, entre llanto y temblores de mi cuerpo que no podía controlar. Recuerdo haberme quedado en casa con mis tías, quienes intentaban calmarme con agua de Azahar.
Al parecer el episodio fue tan traumático para mí que mi memoria selectiva eliminó cómo acabó esta historia. Me quedé con los recuerdos de lo que me golpeó más fuerte, el miedo y la tristeza. Recuerdo lo importante, y es que a mi mamá no le pasó nada. Sé que papá salió del trabajo y se encargó de la situación. Como siempre, a los días volví a casa con ellos y todo estaba bien, lo que se podía decir bien de esas épocas. Había que esperar cuándo sería el siguiente episodio. Lo más probable era que se diera en la próxima guardia de papá. Cada vez que él no llegaba a dormir a casa, algo pasaba.
Recuerdo que mientras todos intentaban calmarme y me abrazaban, yo solo pensaba en lo que había sucedido, y no lo entendía. Me imaginaba por qué había hecho eso mi mamá, pero aún así no lo entendía. ¿Por qué? Si nos tenía a mis hermanas y a mí, ¿por qué hacer algo así?
Mi cabeza de niña pensaba eso, y hoy mi cabeza de mujer de 33 años se sigue haciendo la misma pregunta.

◘ Nathaly Zuazo es bailarina. Empezó a practicar escritura con Machucabotones en el 2017.
Este texto fue escrito en el curso «Como me da la gana. Introducción a la escritura expresiva».
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